Mateo 23

Mateo 23

1 Entonces habló Jesús a la multitud y a sus discípulos,
2 diciendo: En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos:
3 Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo, pero no hagáis conforme a sus obras, porque ellos dicen, y no hacen.
4 Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen en hombros de los hombres; pero ellos ni con su dedo las quieren mover.
5 Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres; porque ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos;
6 y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas;
7 y las salutaciones en las plazas, y ser llamados por los hombres: Rabí, Rabí.
8 Mas vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos.
9 Y no llaméis vuestro padre a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en el cielo.
10 Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo.
11 Y el que es mayor entre vosotros, sea vuestro siervo.
12 Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
13 Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; porque ni entráis, ni a los que están entrando dejáis entrar.
14 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y por pretexto, hacéis largas oraciones; por tanto llevaréis mayor condenación.
15 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, lo hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros.
16 ¡Ay de vosotros, guías ciegos! que decís: Si alguno jura por el templo, no es nada; pero si alguno jura por el oro del templo, es deudor.
17 ¡Insensatos y ciegos! porque ¿cuál es mayor, el oro, o el templo que santifica al oro?
18 Y [decís]: Cualquiera que jura por el altar, no es nada; pero cualquiera que jura por la ofrenda que está sobre él, es deudor.
19 ¡Necios y ciegos! porque ¿cuál es mayor, la ofrenda, o el altar que santifica la ofrenda?
20 Pues el que jura por el altar, jura por él, y por todo lo que está sobre él;
21 y el que jura por el templo, jura por él, y por el que en él habita;
22 y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios, y por Aquél que está sentado sobre él.
23 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y omitís lo más importante de la ley; la justicia, y la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer lo otro.
24 ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello!
25 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de desenfreno.
26 ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de adentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio.
27 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia.
28 Así también vosotros, por fuera a la verdad, os mostráis justos a los hombres; pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad.
29 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos,
30 y decís: Si hubiésemos [vivido] en los días de nuestros padres, no hubiéramos participado con ellos en la sangre de los profetas.
31 Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas.
32 ¡Vosotros también colmad la medida de vuestros padres!
33 ¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?
34 Por tanto, he aquí yo os envío profetas, y sabios, y escribas; y de ellos, a [unos] mataréis y crucificaréis; y a [algunos] azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad;
35 para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que ha sido derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo, hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, al cual matasteis entre el templo y el altar.
36 De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación.
37 ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de [sus] alas, y no quisiste!
38 He aquí vuestra casa os es dejada desierta.
39 Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor.

El Conflicto de los Siglos - Capítulo 2: La fe de los mártires

El Conflicto de los Siglos - Capítulo 2: La fe de los mártires

Cuando Jesús reveló a sus discípulos la suerte de Jerusalén y los acontecimientos de la segunda venida, predijo también lo que habría de experimentar su pueblo desde el momento en que él sería quitado de en medio de ellos, hasta el de su segunda venida en poder y gloria para libertarlos. Desde el Monte de los Olivos vio el Salvador las tempestades que iban a azotar a la iglesia apostólica y, penetrando aún más en lo porvenir, su ojo vislumbró las fieras y desoladoras tormentas que se desatarían sobre sus discípulos en los tiempos de oscuridad y de persecución que habían de venir. En unas cuantas declaraciones breves, de terrible significado, predijo la medida de aflicción que los gobernantes del mundo impondrían a la iglesia de Dios. Mateo 24:9, 21, 22. Los discípulos de Cristo habrían de recorrer la misma senda de humillación, escarnio y sufrimientos que a él le tocaba pisar. La enemistad que contra el Redentor se despertara, iba a manifestarse contra todos los que creyesen en su nombre. {CS 37.1; GC.39.1}

La historia de la iglesia primitiva atestigua que se cumplieron las palabras del Salvador. Los poderes de la tierra y del infierno se coligaron para atacar a Cristo en la persona de sus discípulos. El paganismo previó que, de triunfar el evangelio, sus templos y sus altares serían derribados, y reunió sus fuerzas para destruir el cristianismo. Encendióse el fuego de la persecución. Los cristianos fueron despojados de sus posesiones y expulsados de sus hogares. Todos ellos sufrieron “gran combate de aflicciones”. “Experimentaron vituperios y azotes; y a más de esto prisiones y cárceles”. Hebreos 10:32; 11:36. Muchos sellaron su testimonio con su sangre. Nobles y esclavos, ricos y pobres, sabios e ignorantes, todos eran muertos sin misericordia. {CS 38.1; GC.39.2}

Estas persecuciones que empezaron bajo el imperio de Nerón, cerca del tiempo del martirio de San Pablo, continuaron con mayor o menor furia por varios siglos. Los cristianos eran inculpados calumniosamente de los más espantosos crímenes y eran señalados como la causa de las mayores calamidades: hambres, pestes y terremotos. Como eran objeto de los odios y sospechas del pueblo, no faltaban los delatores que por vil interés estaban listos para vender a los inocentes. Se los condenaba como rebeldes contra el imperio, enemigos de la religión y azotes de la sociedad. Muchos eran arrojados a las fieras o quemados vivos en los anfiteatros. Algunos eran crucificados; a otros los cubrían con pieles de animales salvajes y los echaban a la arena para ser despedazados por los perros. Estos suplicios constituían a menudo la principal diversión en las fiestas populares. Grandes muchedumbres solían reunirse para gozar de semejantes espectáculos y saludaban la agonía de los moribundos con risotadas y aplausos. {CS 38.2; GC.40.1}

Doquiera fuesen los discípulos de Cristo en busca de refugio, se les perseguía como a animales de rapiña. Se vieron pues obligados a buscar escondite en lugares desolados y solitarios. Anduvieron “destituidos, afligidos, maltratados (de los cuales el mundo no era digno), andando descaminados por los desiertos y por las montañas, y en las cuevas y en las cavernas de la tierra”. Hebreos 11:37, 38 (VM). Las catacumbas ofrecieron refugio a millares de cristianos. Debajo de los cerros, en las afueras de la ciudad de Roma, se habían cavado a través de tierra y piedra largas galerías subterráneas, cuya oscura e intrincada red se extendía leguas más allá de los muros de la ciudad. En estos retiros los discípulos de Cristo sepultaban a sus muertos y hallaban hogar cuando se sospechaba de ellos y se los proscribía. Cuando el Dispensador de la vida despierte a los que pelearon la buena batalla, muchos mártires de la fe de Cristo se levantarán de entre aquellas cavernas tenebrosas. {CS 38.3; GC.40.2}

En las persecuciones más encarnizadas, estos testigos de Jesús conservaron su fe sin mancha. A pesar de verse privados de toda comodidad y aun de la luz del sol mientras moraban en el oscuro, pero benigno, seno de la tierra, no profirieron quejas. Con palabras de fe, paciencia y esperanza, se animaban unos a otros para soportar la privación y la desgracia. La pérdida de todas las bendiciones temporales no pudo obligarlos a renunciar a su fe en Cristo. Las pruebas y la persecución no eran sino peldaños que los acercaban más al descanso y a la recompensa. {CS 39.1; GC.41.1}

Como los siervos de Dios en los tiempos antiguos, muchos “fueron muertos a palos, no admitiendo la libertad, para alcanzar otra resurrección mejor”. Vers. 35 (VM). Recordaban que su Maestro había dicho que cuando fuesen perseguidos por causa de Cristo debían regocijarse mucho, pues grande sería su galardón en los cielos; porque así fueron perseguidos los profetas antes que ellos. Se alegraban de que se los hallara dignos de sufrir por la verdad, y entonaban cánticos de triunfo en medio de las crepitantes hogueras. Mirando hacia arriba por la fe, veían a Cristo y a los ángeles que desde las almenas del cielo los observaban con el mayor interés y apreciaban y aprobaban su entereza. Descendía del trono de Dios hasta ellos una voz que decía: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”. Apocalipsis 2:10. {CS 39.2; GC.41.2}

Vanos eran los esfuerzos de Satanás para destruir la iglesia de Cristo por medio de la violencia. La gran lucha en que los discípulos de Jesús entregaban la vida, no cesaba cuando estos fieles portaestandartes caían en su puesto. Triunfaban por su derrota. Los siervos de Dios eran sacrificados, pero su obra seguía siempre adelante. El evangelio cundía más y más, y el número de sus adherentes iba en aumento. Alcanzó hasta las regiones inaccesibles para las águilas de Roma. Dijo un cristiano, reconviniendo a los jefes paganos que atizaban la persecución: “Atormentadnos, condenadnos, desmenuzadnos, que vuestra maldad es la prueba de nuestra inocencia. [...] De nada os vale [...] vuestra crueldad”. No era más que una instigación más poderosa para traer a otros a su fe. “Más somos cuanto derramáis más sangre; que la sangre de los cristianos es semilla” (Tertuliano, Apología, párr. 50). {CS 39.3; GC.41.3}

Miles de cristianos eran encarcelados y muertos, pero otros los reemplazaban. Y los que sufrían el martirio por su fe quedaban asegurados para Cristo y tenidos por él como conquistadores. Habían peleado la buena batalla y recibirían la corona de gloria cuando Cristo viniese. Los padecimientos unían a los cristianos unos con otros y con su Redentor. El ejemplo que daban en vida y su testimonio al morir eran una constante atestación de la verdad; y donde menos se esperaba, los súbditos de Satanás abandonaban su servicio y se alistaban bajo el estandarte de Cristo. {CS 40.1; GC.42.1}

En vista de esto Satanás se propuso oponerse con más éxito al gobierno de Dios implantando su bandera en la iglesia cristiana. Si podía engañar a los discípulos de Cristo e inducirlos a ofender a Dios, decaerían su resistencia, su fuerza y su estabilidad y ellos mismos vendrían a ser presa fácil. {CS 40.2; GC.42.2}

El gran adversario se esforzó entonces por obtener con artificios lo que no consiguiera por la violencia. Cesó la persecución y la reemplazaron las peligrosas seducciones de la prosperidad temporal y del honor mundano. Los idólatras fueron inducidos a aceptar parte de la fe cristiana, al par que rechazaban otras verdades esenciales. Profesaban aceptar a Jesús como Hijo de Dios y creer en su muerte y en su resurrección, pero no eran convencidos de pecado ni sentían necesidad de arrepentirse o de cambiar su corazón. Habiendo hecho algunas concesiones, propusieron que los cristianos hicieran las suyas para que todos pudiesen unirse en el terreno común de la fe en Cristo. {CS 40.3; GC.42.3}

La iglesia se vio entonces en gravísimo peligro, y en comparación con él, la cárcel, las torturas, el fuego y la espada, eran bendiciones. Algunos cristianos permanecieron firmes, declarando que no podían transigir. Otros se declararon dispuestos a ceder o a modificar en algunos puntos su confesión de fe y a unirse con los que habían aceptado parte del cristianismo, insistiendo en que ello podría llevarlos a una conversión completa. Fue un tiempo de profunda angustia para los verdaderos discípulos de Cristo. Bajo el manto de un cristianismo falso, Satanás se introducía en la iglesia para corromper la fe de los creyentes y apartarlos de la Palabra de verdad. {CS 40.4; GC.42.4}

La mayoría de los cristianos consintieron al fin en arriar su bandera, y se realizó la unión del cristianismo con el paganismo. Aunque los adoradores de los ídolos profesaban haberse convertido y unido con la iglesia, seguían aferrándose a su idolatría, y solo habían cambiado los objetos de su culto por imágenes de Jesús y hasta de María y de los santos. La levadura de la idolatría, introducida de ese modo en la iglesia, prosiguió su funesta obra. Doctrinas falsas, ritos supersticiosos y ceremonias idolátricas se incorporaron en la fe y en el culto cristiano. Al unirse los discípulos de Cristo con los idólatras, la religión cristiana se corrompió y la iglesia perdió su pureza y su fuerza. Hubo sin embargo creyentes que no se dejaron extraviar por esos engaños y adorando solo a Dios, se mantuvieron fieles al Autor de la verdad. {CS 40.5; GC.43.1}

Entre los que profesan el cristianismo ha habido siempre dos categorías de personas: la de los que estudian la vida del Salvador y se afanan por corregir sus defectos y asemejarse al que es nuestro modelo; y la de aquellos que rehúyen las verdades sencillas y prácticas que ponen de manifiesto sus errores. Aun en sus mejores tiempos la iglesia no contó exclusivamente con fieles verdaderos, puros y sinceros. Nuestro Salvador enseñó que no se debe recibir en la iglesia a los que pecan voluntariamente; no obstante, unió consigo mismo a hombres de carácter defectuoso y les concedió el beneficio de sus enseñanzas y de su ejemplo, para que tuviesen oportunidad de ver sus faltas y enmendarlas. Entre los doce apóstoles hubo un traidor. Judas fue aceptado no a causa de los defectos de su carácter, sino a pesar de ellos. Estuvo unido con los discípulos para que, por la instrucción y el ejemplo de Cristo, aprendiese lo que constituye el carácter cristiano y así pudiese ver sus errores, arrepentirse y, con la ayuda de la gracia divina, purificar su alma obedeciendo “a la verdad”. Pero Judas no anduvo en aquella luz que tan misericordiosamente le iluminó; antes bien, abandonándose al pecado atrajo las tentaciones de Satanás. Los malos rasgos de su carácter llegaron a predominar; entregó su mente al dominio de las potestades tenebrosas; se airó cuando sus faltas fueron reprendidas, y fue inducido a cometer el espantoso crimen de vender a su Maestro. Así también obran todos los que acarician el mal mientras hacen profesión de piedad y aborrecen a quienes les perturban la paz condenando su vida de pecado. Como Judas, en cuanto se les presente la oportunidad, traicionarán a los que para su bien les han amonestado. {CS 41.1; GC.43.2}

Los apóstoles se opusieron a los miembros de la iglesia que, mientras profesaban tener piedad, daban secretamente cabida a la iniquidad. Ananías y Safira fueron engañadores que pretendían hacer un sacrificio completo delante de Dios, cuando en realidad guardaban para sí con avaricia parte de la ofrenda. El Espíritu de verdad reveló a los apóstoles el carácter verdadero de aquellos engañadores, y el juicio de Dios libró a la iglesia de aquella inmunda mancha que empañaba su pureza. Esta señal evidente del discernimiento del Espíritu de Cristo en los asuntos de la iglesia, llenó de terror a los hipócritas y a los obradores de maldad. No podían estos seguir unidos a los que eran, en hábitos y en disposición, fieles representantes de Cristo; y cuando las pruebas y la persecución vinieron sobre estos, solo los que estaban resueltos a abandonarlo todo por amor a la verdad, quisieron ser discípulos de Cristo. De modo que mientras continuó la persecución la iglesia permaneció relativamente pura; pero al cesar aquella se adhirieron a esta conversos menos sinceros y consagrados, y quedó preparado el terreno para la penetración de Satanás. {CS 41.2; GC.44.1}

Pero no hay unión entre el Príncipe de luz y el príncipe de las tinieblas, ni puede haberla entre los adherentes del uno y los del otro. Cuando los cristianos consintieron en unirse con los paganos que solo se habían convertido a medias, entraron por una senda que les apartó más y más de la verdad. Satanás se alegró mucho de haber logrado engañar a tan crecido número de discípulos de Cristo; luego ejerció aún más su poder sobre ellos y los indujo a perseguir a los que permanecían fieles a Dios. Los que habían sido una vez defensores de la fe cristiana eran los que mejor sabían cómo combatirla, y estos cristianos apóstatas, junto con sus compañeros semipaganos, dirigieron sus ataques contra los puntos más esenciales de las doctrinas de Cristo. {CS 42.1; GC.45.1}

Fue necesario sostener una lucha desesperada por parte de los que deseaban ser fieles y firmes, contra los engaños y las abominaciones que, envueltos en las vestiduras sacerdotales, se introducían en la iglesia. La Biblia no fue aceptada como regla de fe. A la doctrina de la libertad religiosa se la llamó herejía, y sus sostenedores fueron aborrecidos y proscritos. {CS 42.2; GC.45.2}

Tras largo y tenaz conflicto, los pocos que permanecían fieles resolvieron romper toda unión con la iglesia apóstata si esta rehusaba aún desechar la falsedad y la idolatría. Y es que vieron que dicho rompimiento era de todo punto necesario si querían obedecer la Palabra de Dios. No se atrevían a tolerar errores fatales para sus propias almas y dar así un ejemplo que ponía en peligro la fe de sus hijos y la de los hijos de sus hijos. Para asegurar la paz y la unidad estaban dispuestos a cualquier concesión que no contrariase su fidelidad a Dios, pero les parecía que sacrificar un principio por amor a la paz era pagar un precio demasiado alto. Si no se podía asegurar la unidad sin comprometer la verdad y la justicia, más valía que siguiesen las diferencias y aun la guerra. {CS 42.3; GC.45.3}

Bueno sería para la iglesia y para el mundo que los principios que aquellas almas vigorosas sostuvieron revivieran hoy en los corazones de los profesos hijos de Dios. Nótase hoy una alarmante indiferencia respecto de las doctrinas que son como las columnas de la fe cristiana. Está ganando más y más terreno la opinión de que, al fin y al cabo, dichas doctrinas no son de vital importancia. Semejante degeneración del pensamiento fortalece las manos de los agentes de Satanás, de modo que las falsas teorías y los fatales engaños que en otros tiempos eran rebatidos por los fieles que exponían la vida para resistirlos, encuentran ahora aceptación por parte de miles y miles que declaran ser discípulos de Cristo. {CS 43.1; GC.46.1}

No hay duda de que los cristianos primitivos fueron un pueblo peculiar. Su conducta intachable y su fe inquebrantable constituían un reproche continuo que turbaba la paz del pecador. Aunque pocos en número, escasos de bienes, sin posición ni títulos honoríficos, aterrorizaban a los obradores de maldad dondequiera que fueran conocidos su carácter y sus doctrinas. Por eso los odiaban los impíos, como Abel fue aborrecido por el impío Caín. Por el mismo motivo que tuvo Caín para matar a Abel, los que procuraban librarse de la influencia refrenadora del Espíritu Santo daban muerte a los hijos de Dios. Por ese mismo motivo los judíos habían rechazado y crucificado al Salvador, es a saber, porque la pureza y la santidad del carácter de este constituían una reprensión constante para su egoísmo y corrupción. Desde el tiempo de Cristo hasta hoy, sus verdaderos discípulos han despertado el odio y la oposición de los que siguen con deleite los senderos del mal. {CS 43.2; GC.46.2}

¿Cómo pues, puede llamarse el evangelio un mensaje de paz? Cuando Isaías predijo el nacimiento del Mesías, le confirió el título de “Príncipe de Paz”. Cuando los ángeles anunciaron a los pastores que Cristo había nacido, cantaron sobre los valles de Belén: “Gloria en las alturas a Dios, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”. Lucas 2:14. Hay contradicción aparente entre estas declaraciones proféticas y las palabras de Cristo: “No vine a traer paz, sino espada”. Mateo 10:34 (VM). Pero si se las entiende correctamente, se nota armonía perfecta entre ellas. El evangelio es un mensaje de paz. El cristianismo es un sistema que, de ser recibido y practicado, derramaría paz, armonía y dicha por toda la tierra. La religión de Cristo unirá en estrecha fraternidad a todos los que acepten sus enseñanzas. La misión de Jesús consistió en reconciliar a los hombres con Dios, y así a unos con otros; pero el mundo en su mayoría se halla bajo el dominio de Satanás, el enemigo más encarnizado de Cristo. El evangelio presenta a los hombres principios de vida que contrastan por completo con sus hábitos y deseos, y por esto se rebelan contra él. Aborrecen la pureza que pone de manifiesto y condena sus pecados, y persiguen y dan muerte a quienes los instan a reconocer sus sagrados y justos requerimientos. Por esto, es decir, por los odios y disensiones que despiertan las verdades que trae consigo, el evangelio se llama una espada. {CS 43.3; GC.46.3}

La providencia misteriosa que permite que los justos sufran persecución por parte de los malvados, ha sido causa de gran perplejidad para muchos que son débiles en la fe. Hasta los hay que se sienten tentados a abandonar su confianza en Dios porque él permite que los hombres más viles prosperen, mientras que los mejores y los más puros sean afligidos y atormentados por el cruel poderío de aquellos. ¿Cómo es posible, dicen ellos, que Uno que es todo justicia y misericordia y cuyo poder es infinito tolere tanta injusticia y opresión? Es una cuestión que no nos incumbe. Dios nos ha dado suficientes evidencias de su amor, y no debemos dudar de su bondad porque no entendamos los actos de su providencia. Previendo las dudas que asaltarían a sus discípulos en días de pruebas y oscuridad, el Salvador les dijo: “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: No es el siervo mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros [os] perseguirán”. Juan 15:20. Jesús sufrió por nosotros más de lo que cualquiera de sus discípulos pueda sufrir al ser víctima de la crueldad de los malvados. Los que son llamados a sufrir la tortura y el martirio, no hacen más que seguir las huellas del amado Hijo de Dios. “El Señor no tarda su promesa”. 2 Pedro 3:9. Él no se olvida de sus hijos ni los abandona, pero permite a los malvados que pongan de manifiesto su verdadero carácter para que ninguno de los que quieran hacer la voluntad de Dios sea engañado con respecto a ellos. Además, los rectos pasan por el horno de la aflicción para ser purificados y para que por su ejemplo otros queden convencidos de que la fe y la santidad son realidades, y finalmente para que su conducta intachable condene a los impíos y a los incrédulos. {CS 44.1; GC.47.1}

Dios permite que los malvados prosperen y manifiesten su enemistad contra él, para que cuando hayan llenado la medida de su iniquidad, todos puedan ver la justicia y la misericordia de Dios en la completa destrucción de aquellos. Pronto llega el día de la venganza del Señor, cuando todos los que hayan transgredido su ley y oprimido a su pueblo recibirán la justa recompensa de sus actos; cuando todo acto de crueldad o de injusticia contra los fieles de Dios será castigado como si hubiera sido hecho contra Cristo mismo. {CS 45.1; GC.48.2}

Otro asunto hay de más importancia aún, que debería llamar la atención de las iglesias en el día de hoy. El apóstol Pablo declara que “todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús, padecerán persecución”. 2 Timoteo 3:12. ¿Por qué, entonces, parece adormecida la persecución en nuestros días? El único motivo es que la iglesia se ha conformado a las reglas del mundo y por lo tanto no despierta oposición. La religión que se profesa hoy no tiene el carácter puro y santo que distinguiera a la fe cristiana en los días de Cristo y sus apóstoles. Si el cristianismo es aparentemente tan popular en el mundo, ello se debe tan solo al espíritu de transigencia con el pecado, a que las grandes verdades de la Palabra de Dios son miradas con indiferencia, y a la poca piedad vital que hay en la iglesia. Revivan la fe y el poder de la iglesia primitiva, y el espíritu de persecución revivirá también y el fuego de la persecución volverá a encenderse. {CS 45.2; GC.48.3}

Testimonio: 13-09-2022
Testimonio
13-09-2022
7 Formas de Caída y el Yo. Ampliación.

Mes 6 en el calendario del ETERNO; mes 9, día 13, del 2022. El SEÑOR me habló otra vez acerca de las siete formas de caída, en una ampliación de lo que ya había dejado saber en el mes 12, día 3, del 2019. {Daisy Escalante: 13-09-2022 , es.p1}

Me habló acerca de la primera que es la fuerza. Y dijo así: "el yo desea tomar por la fuerza o la astucia aquello que no le corresponde o no le es lícito. El yo hace sentir, al que lo porta, superior a todos, inclusive, cree que es superior a Mí. El yo maltrata verbal y físicamente a su prójimo y no se muta pues, para él, todo debe ser hecho como él dice y no como yo digo. Mortal engaño satánico". {Daisy Escalante: 13-09-2022 , es.p2}

Y pasó a la número dos, que es el sentimentalismo. Y dijo así: "el yo se cree víctima y juega de dicho lado hasta que es confrontado y descubierto. Y ahí cambia a victimario, donde todos tienen la culpa de que él sea así. Este hechizo mortal vive en aquel [cuyo] yo está florecido en él. Juego astuto del enemigo desde que se encontró en él maldad, en el cielo". {Daisy Escalante: 13-09-2022 , es.p3}

Y luego pasó a la número tres, la complacencia. Y dijo así: "el yo vive para complacerse y poner [al] último las necesidades de su prójimo. El yo vivo nunca se da por satisfecho; siempre quiere más, aunque no lo necesite. Sus trofeos son tanto internos como externos: su intelecto, es creerse superior en su retórica, [sus] ideas, soluciones y actos. Él contra todos, pero nadie contra él. Sutil veneno mortífero que el enemigo inserta en el hombre que no es contrito de corazón. La complacencia de la superioridad, en todo sentido, ante otros es un reflejo de que el maligno entrona esa mente y ese corazón". {Daisy Escalante: 13-09-2022 , es.p4}

El cuarto, el orgullo. Así dijo el SEÑOR: "el orgullo es el yo que vive para enaltecerse. Orgulloso de tener lo mejor, de llamar la atención para sí entre todos. Se viste para ser visto, se peina para que lo admiren, da alarde de superioridad y manda a todos mientras él merece estar de brazos caídos con el pensamiento activo centrado en lo que imagina, en lo que cree necesitar para seguir escalando puesto y posición. Este, casi imperceptible, engaño satánico, es letalmente mortal al que lo porta y también para los que lo adulan". {Daisy Escalante: 13-09-2022 , es.p5}

El quinto es la calumnia. Así dijo el SEÑOR: "el yo vive calumniando a todo y a todos, pues, en su creída imaginación mórbida no es feliz por culpa de otros. No es pleno, y culpa a todos de esto. Todo es por culpa ajena y nunca propia. Si se cae, mira a sus lados y, si alguien lo vio, ya es culpa [de ese alguien] porque —según él—, se distrajo al verlo y se cayó. En fin, el calumniador nunca va a creer que él tiene la culpa —[que la culpa es] propia—, sino que la culpa es siempre ajena. Si no le parece lo que otro dice, pues, es mentira. Se siente aludido por todo y por todos. Vive su vida excusando su mal proceder. [La] dejadez y su forma parasitaria de vivir es característica de esta persona y de esta cualidad". {Daisy Escalante: 13-09-2022 , es.p6}

La sexta, la dilación. Así dijo el SEÑOR: "el yo vive por la dilación. 'Hoy no puedo por esto, mañana no podré por aquello. Pasado, por lo otro', en fin. Lo primordial siempre es último y las inventivas primero. En la lista de lo primordial siempre pone encima, y entre ellas, su complacencia; y nunca completa lo mandatorio. Los detalles lo complacen tanto que pospone los deberes al punto que, si fracasa, es culpa de ser tan detallista. Para su forma de dilación propia, todo debe estar como se imagina, quiere y desea para poder avanzar. Y, si esto no es así, es culpa de todos; inclusive de Mí. Y, por eso, él no avanza. El yo de la dilación critica al esforzado; al que cada día, con intenso afán, lucha por completar su labor diaria. Lo tilda de extremista, fanático y abusivo. El yo de la dilación es detractor, critica a todo aquello que no va de acuerdo a su forma de ver, actuar y pensar. Esta actitud, ¡horrendamente pecaminosa!, de creer que su forma de ser es ley hacia otros, es instigación maligna de perdición". {Daisy Escalante: 13-09-2022 , es.p7}

La séptima, y última, es la sensualidad. El yo de la sensualidad es vivir en el yo interno y externo constantemente. Esta carnalidad animalizada no es más que la prevención pecaminosa de aquel que deja que el enemigo de DIOS y del hombre lo denigre al punto de volverlo irracional. El yo de la sensualidad vive en sus placeres mentales, buscando toda oportunidad para exteriorizarlos en su propia complacencia. Éste, al dar rienda a esto, daña su hipotálamo y su lóbulo frontal. Su cerebelo vive adormecido; como cuando la marihuana invade el torrente sanguíneo o cuando la metadona es ingerida [introducida] al cuerpo. [Tal como] el que vive peleando es adicto a la adrenalina en su sangre, el sensual es adicto a la testosterona por su descuido —en la intemperancia en el dormir, comer y en todo tipo de intemperancia—. El yo de la sensualidad ha llevado al ser humano a comportarse peor que los animales, pues, éstos no tienen razonamiento, y el ser humano sí. Un animal se aparea con el sexo opuesto para procreación, en el tiempo señalado para esto; pero el ser humano que vive para el yo, en la sensualidad, se aparea con su mismo sexo por depravación, ya que esto viola el curso natural de la procreación. Y otros, aunque con el sexo opuesto —o sea, hombre y mujer—, practican actos animalizados para sentirse bien. También están en desagrado ante Mí. Estos, los que practican estas perversiones, no heredarán la vida eterna. Por esta razón, el enemigo de las almas los animaliza, para que así, en este estado de éxtasis carnal, ninguna espiritualidad pueda prevalecer y, así, crear en este la muerte eterna". {Daisy Escalante: 13-09-2022 , es.p8}

Aquí, el SEÑOR ya no dijo más. ¡Oh, amados hermanos, estemos lejos de todas estas cosas! [De] estas depravaciones y trampas que el enemigo ha creado e inducido [a practicar] a la raza humana, la creación del ETERNO, para que —en tales prácticas— deshonremos a nuestro CREADOR; y, así, quedar destituidos de su gracia redentora. Analicemos y actuemos en humillación y ruego. Mantengámonos a los pies del ETERNO. Es mi ruego y oración que así sea. Que el SEÑOR nos bendiga. {Daisy Escalante: 13-09-2022 , es.p9}

Himno 73: Padre, oh Padre, ven a guiarnos
Himnario Adventista 1962
Himno 73
Padre, oh Padre, ven a guiarnos
1

Padre, oh Padre, ven a guiarnos

por el tempestuoso mar;

Padre, oh Padre, ven ahora

a guardarnos del pecar.

Eres Tú confianza nuestra;

ven a guiarnos a tu hogar.

2

Salvador, Tú nos conoces.

¡Ven y ayúdanos, Señor!

Tú sufriste tentaciones

y saliste vencedor;

frente al Padre intercedes

por el hombre pecador.

3

Santo Espíritu divino,

paracleto sin igual,

Tú revelas el camino,

alumbrando cual fanal.

Deidad, ven a llevarnos

a la Patria celestial.

Himno 407: No me pases
Himnario Adventista 1962
Himno 407
No me pases
1

No me pases, no me olvides,

tierno Salvador;

muchos gozan tus mercedes,

oye mi clamor.

Coro

Cristo, Cristo,

oye tú mi voz;

Salvador, tu gracia dame,

oye mi clamor.

2

Ante el trono de tu gracia

hallo dulce paz;

nada aquí mi alma sacia,

tú eres mí solaz.

Coro

Cristo, Cristo,

oye tú mi voz;

Salvador, tu gracia dame,

oye mi clamor.

3

Sólo fío en tus bondades,

guíame en tu luz,

y mí alma no deseches,

sálvame, Jesús.

Coro

Cristo, Cristo,

oye tú mi voz;

Salvador, tu gracia dame,

oye mi clamor.

4

Fuente viva de consuelo

eres para mi;

mi alma pone en Ti su anhelo,

solamente en Ti.

Coro

Cristo, Cristo,

oye tú mi voz;

Salvador, tu gracia dame,

oye mi clamor.